Un híbrido de tortuga de Floreana ('Chelonoidis elephantopus') y de tortuga de Isabela ('C. becky').
Yale
El Mundo.es
"Mientras he estado en esta parte alta [de la isla James] casi no he comido otra cosa que carne de tortuga. El pecho, asado al estilo de los gauchos, es decir, sin quitarle la piel (carne con cuero) es excelente; con las tortugas jóvenes se hace muy buena sopa, pero no puedo decir que me entusiasme esta carne".
El autor de estas recetas culinarias, elaboradas con las grandes tortugas de terrestres de las islas de Galápagos, esas que ayudaron a Darwin a desarrollar su teoría de la evolución de las especies, no es otro que el propio Charles Darwin.
Esa fue la entrada que anotó el 8 de octubre de 1835 en el diario que escribió durante su vuelta al mundo en el 'Beagle' del capitán Fitz Roy.
Eran otros tiempos y los desastres ecológicos y el empobrecimiento del mundo natural que hoy padecemos no habían despertado aún la conciencia conservacionista. Darwin se movió por el mundo como los hombres de su época, despreocupado de que el mundo salvaje se acabara, pues no daba la apariencia entonces de que fuera a ser así.
Las islas Galápagos (Ecuador) son hoy una reserva protegida, declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad y tenida como uno de los paraísos para la observación de fauna. Pero cuando en el siglo XVIII llegó Darwin allí, no eran más que una estación de repostaje en un inhóspito cruce de caminos del Pacífico.
Las Galápagos estaban prácticamente deshabitadas y servían de punto de abastecimiento a balleneros y otros marinos, que paraban allí a surtirse de agua y comida.
En otro momento de su cuaderno de notas, Darwin escribe: "Aunque los habitantes se quejan sin cesar de la pobreza, se proporcionan sin gran trabajo todos los alimentos que necesitan. En los bosques encuentran muchos jabalíes y cabras monteses; pero su principal alimento son las tortugas. Aun cuando ha disminuido muchísimo en esta isla [isla Floreana] el número de estos animales, se dice que en dos días de caza debe obtenerse alimento para el resto de la semana. Se asegura que antiguamente se llevaban algunas lanchas de una sola vez hasta setecientas tortugas, y que los tripulantes de una fragata se llevaron a la costa un sólo día doscientas".
Esta cita explica perfectamente la presión que el hombre ejerció durante siglos sobre las tortugas de Galápagos. Con sus hasta 400 kilos de peso y casi dos metros de largo, eran un recurso alimenticio considerable y fácil de atrapar. Vegetarianas, lentas y totalmente inofensivas se las cazó hasta la extenuación.
En 10 de las islas más grandes del archipiélago había tortugas terrestres y todas eran especies diferentes. Dos de ellas se han extinguido por la presencia humana y de otra de ellas (isla Pinta) sólo queda un ejemplar. Las desaparecidas son la de isla Fernandina y, precisamente, la de esa isla en la que Darwin decía que se podían capturar 200 en un día: Floreana.
Especie de tortuga redescubierta
Durante décadas, el triste destino de las tortugas de Fernandina y de Floreana ha sido un tema clásico de la literatura sobre Galápagos, que ha mostrado el daño producido por el hombre tras su entrada en el paraíso.
Ahora, sin embargo, la historia acaba de dar un giro insospechado. Investigadores de Yale aseguran que la tortuga no está extinta y que deben quedar decenas de ejemplares viviendo en la más grande de las islasdel archipiélago, Isabela. Debieron ser llevadas allí en algún momento del siglo XIX por el hombre y han seguido han procreando, porque los científicos han encontrado a sus descendientes, ejemplares híbridos mezclados con la tortuga propia de allí.
Un ejemplar puro de tortuga de Isabela ('Chelonoidis elephantopus'). Yale University
Todo es fruto de un trabajo llevado a cabo por biólogos de la Universidad de Yale y publicado en la revista 'Current Biology'. El trabajo sugiere que los descendientes directos de al menos 38 individuos de pura raza de la tortuga de Floreana ('Chelonoidis elephantopus') viven en las cuestas volcánicas de la costa norte de la isla Isabela, a más de 300 kilómetros de su hogar ancestral en Floreana.
"No es sólo un ejercicio académico" ha afiramdo Gisella Caccone, del Departamenteo de Ecología y Biología Evolutiva de Yale y autora princial senior del trabajo, al servicio de noticias Eurekalert. "Si podemos encontrar a esos individuos, podremos restaurar la población y devolverlos a su isla de origen. Esto es muy importante, ya que estos animales son especies clave que tienen un papel crucial en mantener la integridad ecológica de las comunidades insulares".
En la isla Isabela, que es la más grande del archipiélago y tiene cinco conos volcánicos, alguno de ellos activos, viven unos 7.000 ejemplares de tortugas, divididos en dos especies, la del sur ('Chelonoidis vicina') y la del norte ('Chelonoidis becky'). Los investigadores visitaron el extremo norte de la isla y tomaron muestras de 1.600 tortugas y los compararon con una base de datos genética de las especies vivas y extintas. Lo hicieron en torno al volcán Wolf, al norte de la isla.
Un análisis posterior detectó, sorprendentemente, los patrones genéticos de la tortuga de Floreana en 84 ejemplares, de una forma que indicaba claramente que uno de los padres de la tortuga había sido un miembro de raza pura de la especie desaparecida. Además, algunos de esos ejemplares eran sumamente jóvenes, pues 30 de los 84 híbridos tenían menos de 15 años, lo que invitaba a pensar que los progenitores deben seguir vivos dado que la longevidad de estos animales es grande y se ha sabido de ejemplares que han alcanzado casi los dos siglos en cautividad.
Estudiando los patrones genéticos de los híbridos encontrados, los científicos han llegado a la conclusión de que tiene que haber al menos 38 ejemplares puros de tortuga de Floreana viviendo en Isabela para haber producido ese número de vástagos y con esa variedad genética.
"Hasta donde sabemos, este es el primer informe del descubrimiento de una especie por medio de seguimiento de las huellas genéticas dejadas en los genomas de su descendencia híbrida," afirma Ryan Garrick, de la Universidad de Mississipi y autor líder del artículo aparecido en 'Current biology'.
Los autores del estudio consideran que sería conveniente buscar a los ejemplares puros que quedan en la isla para intentar montar con ellos un centro de reproducción que permita recuperar la especie. Según su trabajo, hay bastantes ejemplares y variedad genética como para asegurar la viabilidad de la descendencia. Además, afirman que, aunque no hubiera suficiente cantidad de ejemplares puros, la cría intensiva de los híbridos entre sí podría permitir recuperar la especie de Floreana.
Los investigadores no pueden asegurar cómo es posible que las tortugas de Floreana aparecieran en Isabela, pero teniendo en cuenta la intensa caza, tráfico y comercio que el hombre realizó durante siglos, están convencidos de que algún barco las cargó en una isla y las abandonó en la otra. Sin saberlo, estaban salvando los últimos ejemplares de la extinción en su hogar natal.
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