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Se viene agudizando la ausencia de productos básicos en el país vecino. Así se vive el desabastecimiento en Caracas, publica Semana de Colombia.
Se viene agudizando la ausencia de productos básicos en el país vecino. Así se vive el desabastecimiento en Caracas, publica Semana de Colombia.
Ana Goncalves se ríe para no llorar cuando recuerda lo que alguna vez fue
el mercado que montó su padre, un inmigrante portugués.
“Estoy tratando de
sobrevivir porque la memoria de mi padre se merece más”, dice mientras acomoda
lo poco que ofrece De Antonio, que llegó a tener ocho empleados y a
No solo los alimentos de mayor demanda escasean en sus estantes, y no solo
las medidas económicas están afectando el abastecimiento. Ana teme que por un
paro ilegal de unos trabajadores que se tomaron la planta de Coca Cola en
Valencia hace 20 días, dejen de distribuir la gaseosa del todo.
Explica que así
pasó con helados EFE, una de las empresas de alimentos Polar, enfrascada en un
pleito con el sindicato. Por eso en su congelador no hay helados desde hace ocho
meses. “Ya no es lo que pidas, es lo que traigan,” dice, y cuenta que hace días
por poco se arma un lío con unos compradores cuando intentó limitar la venta a
seis cervezas por persona.
Las peleas entre los compradores se han vuelto frecuentes, comenta Ignacio,
un guardia de seguridad de un local de la gran cadena de supermercados Central
Madeirense. En este lugar, como en otros, los trabajadores ya ni se toman la
molestia de organizar los productos en las góndolas. Simplemente ponen las cajas
al final de un pasillo y las recogen vacías. La semana pasada a Ignacio le tocó
intervenir en una pelea por el último rollo de papel higiénico.
Los mercados limitan cuánto puede llevar cada persona y las cajeras tienen
órdenes de no vender más de la cuota. La semana pasada el gobernador del Zulia,
Francisco Arias Cárdenas, anunció un racionamiento no discrecional sino
obligatorio, para evitar que la gente compre productos controlados, como algunos
aceites, pollo, carne, fríjoles, algunos arroces, pañales, leche o papel
higiénico y lo envíe de contrabando a Colombia, donde lo revende más caro.
En provincia un paquete de arroz a precio regulado cuesta 7,20 bolívares,
pero en las calles los vendedores ambulantes lo ofrecen a 25. “Aquí no hay
escasez como en El Tigre”, exclamó una mujer que le tomó una foto a los paquetes
de harina en el Central Madeirense. Como ella, muchos venezolanos viajan a
Caracas para mercar. Los que viven en la capital pero tienen familia en otros
lugares les envían lo que pueden, como Ignacio, que todas las semanas manda
cajas a su familia en Cumaná.
En Trujillo esperan el regreso de Carlos Moreno, un cultivador de piñas,
guanábanas, mangos y plátanos que viaja todas las semanas a Caracas a comprar lo
que allá no hay y a vender sus productos en un mercado callejero a la entrada de
un barrio popular. Una vez al mes, la red de alimentos de Mercal del gobierno
llega hasta este mercado con camiones que venden carne, pollo, pasta, arroz,
entre otros productos básicos, no necesariamente de la mejor calidad.
A pesar de las largas filas que se forman en el barrio cuando llegan los
camiones, el jubilado Enrique Torres espera porque los productos son muy
baratos. Para los más pobres es una buena noticia que el presidente Nicolás
Maduro haya anunciado la semana pasada que pondrá a rodar 20 unidades móviles
nuevas de Mercal y construirá 54 nuevos mercados Pdval. También anunció cinco
bodegas móviles de Abastos Bicentenario, una red estatal de megatiendas.
Para entrar a un Bicentenario hay que pasar primero por la inspección de un
miliciano bolivariano. Una vez adentro se puede comprar electrodomésticos, ropa,
productos para la casa, y comida de buena calidad.
Pero a diferencia de los
mercados de este tipo en Colombia, en los Bicentenario solo hay publicidad
oficial. Por las escaleras eléctricas hay afiches con los ojos del “comandante
eterno” y en una gran pared se puede leer en letras gigantes: “Mientras esta
revolución siga viva, el pueblo venezolano cada día se alimentará mejor”. Firma:
Hugo Chávez.
Sin embargo el altoparlante anuncia que solo se permiten dos unidades de
pollo congelado, cuatro kilos de arroz, dos unidades de mayonesa y así va
repitiendo la lista cada tantos minutos. Más de 40 personas hacen fila para
coger un paquete de carne molida en la sección de carnicería. Mientras espera,
la gente curiosea los nombres y las marcas de los productos que se ven en las
góndolas, en su mayoría importados.
El gobierno habla de una patria con “soberanía alimentaria” pero durante el
chavismo el país se ha vuelto más dependiente del exterior. El año pasado
importó más de 8.000 millones de dólares en alimentos, bebidas y tabaco y desde
que asumió la Presidencia, Maduro ha buscado ampliar los convenios con los
países de la región, incluido Colombia. Es necesario, pues el Banco Central de
Venezuela informó el jueves que el índice de escasez en mayo siguió por encima
del 20 por ciento.
Algunos venezolanos se sintieron humillados cuando esta situación se
convirtió en objeto de caricaturas y chistes en el exterior, luego de que la
Asamblea Nacional anunció un crédito adicional para importar papel higiénico,
entre otros productos. La medida servirá a corto plazo, pero no resuelve el
problema a fondo.
En los últimos años el gobierno fue atacando y desincentivando
a los sectores productivos privados, mientras intentó montar sus empresas
agroalimentarias, con resultados muy cuestionables.
Más tarde introdujo cada vez más controles a los alimentos, y luego a los
productos de aseo, lo que provocó incluso pérdidas a las empresas nacionales y
multinacionales, varias de las cuales han contemplado abandonar Venezuela. Para
los privados resulta cada vez más difícil acceder a insumos básicos y a divisas
para importar lo que el país ya no produce.
Entre tanto, el Banco Central de
Venezuela informó que la inflación llegó al 6,1 por ciento, pero que en el rubro
de alimentos y bebidas alcanzó el 10 por ciento.
Los chavistas como Torres, sin embargo, dicen que los empresarios
nacionales e internacionales le han montado una guerra económica a Maduro.
En
efecto, el gobierno acusa a las empresas de acaparar y de hacer operación
tortuga. Lo cierto es que tras la devaluación de febrero, ante la falta de
acceso a las divisas y la demora en el ajuste a los precios, algunas empresas
prefirieron agotar los inventarios y dejar de producir a pérdida, pero esa no
parece una práctica generalizada ni permanente.
Torres también culpa a los extranjeros de enviar la comida de los
venezolanos a sus familiares en otros países. Esa era una costumbre de algunos
colombianos como la enfermera Nuris Reyes, quien lleva más de 30 años en
Venezuela. Además de dinero, enviaba encomiendas con alimentos. Pero desde hace
unas semanas la empresa transportadora de buses que salen de la Terminal de
Oriente de Caracas hacia Barranquilla y Cartagena advirtió a sus clientes que no
siguieran enviando comida, porque la guardia la decomisa en la frontera.
Nuris y otros compradores acostumbran ahora ir hasta cuatro veces al día al
supermercado para ver qué hay, o hacer ‘turismo’ para completar su canasta
familiar. Nuris visita más los sectores más pudientes de Caracas, donde trabaja.
Dice que allá hay más surtido y que consigue lo básico al precio de los
Bicentenario, sin tener que hacer filas imposibles.
Además, explica que la escasez ya no le permite ahorrar. “Perdí la cuenta
de cuánto gasto, si veo algo, lo compro, porque toca aprovechar”. Y así, con esa
misma mentalidad nerviosa, los venezolanos compran aceite, harina, o papel,
aunque tengan un arsenal acumulado en la alacena. No vaya a ser que un día de
estos no encuentren qué comer.
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