El hombre con alas de cóndor

Omar Contreras en su ultraliviano
Cortesía Grupo V3OA

El Nacional.com

SIETE DÍAS  El pasado 13 de enero, el piloto venezolano hizo su último vuelo a bordo de un ultraliviano. Llevaba treinta años mirando el mundo desde las alturas y estaba por acariciar la quinta cumbre de su proyecto La Conquista de los Andes. El viento, que le había acompañado en largos periplos, no le dejó seguir siendo un hombre pájaro.

Era obvio, todos debían mencionarlo.


Lo subrayaron las líneas escritas por sus hijos, lo ratificaron las palabras de un aviador retirado que lo conoció desde chico y fue inevitable que lo repitieran en el homenaje póstumo que se le rindió en el Aeroclub de San Cristóbal cuando llegaron sus restos provenientes de nieves ecuatorianas. Omar Contreras había seguido su sueño: volar, y con éste había recorrido centenares de miles de kilómetros por todo el continente.

"Podría decir que tengo más de la mitad de mi vida viendo el mundo desde las alturas (...) Crecí leyendo increíbles historias de los primeros aviadores... Quería ser piloto, siempre me llamó el azul de arriba y lo busqué a mi manera", escribió en el prólogo de su libro Volando América, en el que plasmó con palabras y fotografías la larga travesía en ultraliviano que lo llevó desde la Patagonia hasta Estados Unidos y que relató a través de una serie de televisión. "Desde pequeñito esos fueron sus juguetes, los aviones de papel, y de allí en adelante fue su vida.

Todo giró en torno al vuelo", evoca su novia, Carolina Villasmil, a quien le había contado que desde los 6 años de edad le encantaba sentarse a ver volar a los aeroplanos en su natal San Cristóbal.

Tomar sus primeras alas le llevó 19 años. A esa edad, mientras iba de San Cristóbal a Mérida, donde estudiaba Arquitectura, vio cómo un ícaro surcaba los cielos. "Se enamoró de inmediato de ese deporte. Esperó a que el muchacho bajara, le preguntó cómo se volaba y le dijo que necesitaba involucrarse. En tres días, porque era decidido, empezó a practicar en ala delta", cuenta su amigo Gonzalo Moncada en una entrevista al diario tachirense La Nación. "Desde entonces no he parado de volar libre con el viento", dijo Contreras en aquel prólogo sobre esa primera experiencia. Su anhelo de estar siempre arriba se trasladó en 1987 a las alas del avión más ligero del mundo, el ultraliviano, equipado con un pequeño motor que puede llegar a alcanzar los 200 kilómetros por hora. Probó también con parapente desde 1990 y tres años después había efectuado más de 700 saltos en paracaídas y estaba a punto de volar con ala delta con motor (Trike). Sin embargo, fue con su ligera aeronave que alcanzó más récords y premiaciones.

"Siempre estuvimos conscientes de que lo que hacía era riesgoso, él mismo lo sabía. Pero era algo que él controlaba y aunque sí se sentía un poco de miedo, no nos preocupábamos mucho porque siempre volvía", señalan Omar Jr. y Andrés Alberto, los hijos veinteañeros de Contreras, que también están dedicados al vuelo. Sin embargo, el 13 de enero de este año no regresó. Había salido después de las 10:00 am del aeropuerto de Guayaquil, rumbo al sobrevuelo del Chimborazo, la quinta cumbre de su proyecto televisivo La Conquista de los Andes, con el que vería desde el cielo las montañas más altas de Latinoamérica para explicar el efecto del calentamiento global sobre las nieves perpetuas.

En horas de la noche, cuando aún no se tenían noticias sobre su paradero porque el GPS había fallado durante toda la jornada, fueron declarados desaparecidos la aeronave y su piloto. Un día después, la Cruz Roja ecuatoriana informó que había encontrado el cuerpo de Contreras. Una corriente de aire fuerte le empujó hacia abajo y le hizo caer desde 4.500 metros de altura, a los pies de la montaña a la que Simón Bolívar le dedicó su delirio.

"Nunca sintió miedo por volar. Se sentía muy seguro de lo que hacía. Se preparaba muy bien y estudiaba mucho acerca de sus ultralivianos, los conocía como la palma de su mano (...) Yo nunca tuve miedo de sus vuelos, eso me lo enseñó él, me decía que cuando sentimos miedo eso se atrae, por lo tanto siempre debíamos pensar que todo estaría bien", expresa su novia, a quien le impresionaba la relación que Contreras tenía con su Cóndor, como llamaba a su ultraliviano. Solía decir que si le pasaba algo, hombre y aeronave sangrarían, porque se habían convertido en uno solo.

En ese último viaje, su ave amiga no lo acompañó. Partió a la expedición de los Andes con un ultraliviano con menos kilometraje que apodó el Kuntur (cóndor en quechua), el mismo con el que semanas antes había alcanzado la cima más alta de Argentina. "9:15 de la mañana.

21.200 pies de ascenso. Tengo el Aconcagua a nivel. Hago las fotografías y me retiro, la condición está muy térmica, hay mucho viento", había dicho al hacer cumbre en la primera parada del proyecto que luego le hizo surcar, sin temores, el nevado Ojos del Salado en Chile, el Sajama de Bolivia y el Huascarán de Perú.

"Omar siempre tenía una frase para el riesgo: hay que tratar de controlar el mayor número de variables", señala Luis "Tato" Rivas, encargado de las grabaciones del piloto desde 2005. Recuerda que después del Aconcagua hicieron un vuelo en la provincia argentina de Mendoza, en el que no se tuvieron señales del aviador hasta la noche. "¡Ahh, te asustaste!", le dijo Contreras cuando logró comunicarse.

Se había quedado sin gasolina y los productores activaron la alerta naranja para comenzar a buscarle.

Durante aquel viaje ya había hecho pasar varios sustos a Carlos Luis Ocando, productor de La Conquista de los Andes. El piloto tenía la costumbre de hacer sus vuelos y llegar a la ciudad destino, e incluso instalarse en el hotel, sin contactar a su equipo. "Era muy arriesgado y algunos hasta lo tildaban de imprudente", recuerda el productor que vive entre Caracas y Berlín, más habituado al ritmo estricto y excesivamente programado de los audiovisuales alemanes, todo lo contrario a lo que vivió desde septiembre de 2010 hasta enero pasado durante la realización de la serie que emitiría Sun Channel.

Los meses de grabación se habían alargado. Las condiciones climáticas habían cambiado la fecha pautada de varios sobrevuelos. "Omar estaba cansado, quería terminar ya.

En la cordillera era época de lluvia, no era el mejor tiempo para volar", rememora Ocanto, que trató de persuadir a Contreras ­sin éxito­ para que regresara a Venezuela y retomara luego la producción.

El humor del "pulga". Frank Mota, locutor y aviador retirado, era vecino de los padres de Contreras en Barrio Obrero, San Cristóbal. Lo conoció cuando estudiaba en el liceo José Félix Ribas y el profesor Nicasio Pernía, propietario de esa institución educativa, lo bautizó "pulga" por su tamaño ­medía 1,65 metros­ y su tremendura. "Él siempre llegaba con un chiste nuevo, era inagotable en cuanto a su energía. Jamás se descargaba", relata Mota, que lo entrevistó varias veces para sus programas de radio y televisión y debía siempre estar atento a los chistes colorados que podía contar a cualquier hora del día, sin importar la audiencia. "Había que tenerlo frenao".

Para su novia, el piloto de ultralivianos era invariablemente el centro de la fiesta. "Siempre tenía una historia, una anécdota y en la mayoría de los casos un buen chiste, siempre muy conversador. Era callado sólo cuando estaba en con su laptop investigando y planeando alguna aventura, como decía él.

Había que darle un golpe para que hablara y 40 para callarlo", cuenta Omar Jr., su hijo mayor.

Con esa condición y personalidad, estar frente a una cámara fue tarea fácil para Contreras. En 2001 comenzó sus expediciones: recorrió la ruta desde Margarita hasta Wisconsin, en Estados Unidos, y luego regresó al punto de partida a bordo de su Trike para acumular 14.000 kilómetros de vuelo. Para ese entonces ya había marcado récords menos ambiciosos como la travesía entre Margarita y Maracaibo que hizo con Ángel "el Chuti" Pernía en 1991; o el que un año después completó en ultraliviano entre Margarita y San Cristóbal. Siempre salía desde la isla, donde prestó por varios años sus servicios de sobrevuelo a los turistas.

El Sur como norte. Fue en 2004 cuando decidió documentar y convertir en serie uno de sus viajes. Desde Margarita hasta la Patagonia, ida y vuelta, sumó 21.000 kilómetros y lo llamó Volando al Sur, programa que transmitió Discovery Channel. Posteriormente, también desde Nueva Esparta, se fue hasta Nueva York y volvió al país por Maracaibo. A ambas travesías las denominó Volando América y desde 2006 fueron incluidas en la programación de Sun Channel, señal que también transmitió los episodios correspondientes a Venezuela, en los que el piloto recorrió varias zonas del país, incluidas el pico Bolívar, en Mérida, y el Salto Ángel en Bolívar.

Para 2010 anunció La Conquista de los Andes. Buscó patrocinio durante más de un año. "Él siempre andaba soñando y tratando de meter a todo el mundo en su sueño, en su paquete", dice Mota al recordar cómo persuadía a los anunciantes para conseguir desplegar sus alas. Su placer por volar y su seguridad quiso garantizarla con un ultraliviano de 55.000 euros, equipado con múltiples cámaras que grabarían cada uno de sus vuelos. Los productores aseguran que los últimos videos tomados por el Kuntur confirman que sí logró conquistar el Chimborazo, pero éste no le dejó continuar hacia el Cristóbal Colón, en Colombia, la penúltima parada del proyecto.

La última era el pico Bolívar, donde el 19 de febrero pasado se esparcieron las cenizas del piloto desde los parapentes de sus hijos. Tenía 49 años.

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