Un día en el 'Campo de Marte'

Joel Joseph en el lugar que reside con su familia. I J.G.

El Mundo.es Puerto Príncipe Haití

***Miles de personas viven en una improvisada ciudad que antes era un parque 'Campo de Marte' es el lugar más pobre y, posiblemente, más triste de América en lugares así viven Joel Joseph, su familia y casi un millón de personas más 'Prefiero quedarme en la cama porque estoy débil y no quiero robar a nadie'

Tengo hambre. Un hambre voraz que hace difícil conciliar el sueño. El camastro y los olores tampoco ayudan. Lo primero que me despierta es un gallo, luego un bebé llorando y, por último, un predicador que, a voz en grito, pasea entre los plásticos con una biblia en la mano anunciando "la segunda llegada de Jesús a la tierra".


Antes que él, una radio, encendida durante horas, era la que no dejaba dormir a nadie. Y antes que la radio, los jadeos de un matrimonio haciendo el amor en la choza de al lado, con su familia a los pies. Y antes que el predicador, que la radio y que los jadeos, la música de un grupo de jóvenes bebiendo cerveza.

Son las consecuencias del hacinamiento y de convivir cada noche miles de personas en una improvisada ciudad donde antes sólo había un parque.

Son las cinco y media de la mañana, huele raro y acaba de amanecer en el lugar más pobre y, posiblemente, más triste del continente americano. Estamos en el campamento de 'Campo de Marte', un lugar que, en cualquier otro país del mundo, sería la zona más cotizada de la ciudad.

A pesar de las moscas y la basura, frente a nosotros está el Palacio nacional, varios ministerios, el mausoleo dedicado al 'padre de la patria' Dessalines y la espantosa pirámide levantada por Arístide para conmemorar los 200 años de independencia del primer país libre del continente.

La zona 'noble' de Puerto Príncipe es una amalgama de restos de comida, chabolas, vendedores ambulantes, buscavidas, edificios derruidos y policías de la ONU.

En lugares como este amanecen cada día Joel Joseph, su familia y casi un millón de personas más. Porque esa es la coletilla que se añade siempre a la hora de hacer balance sobre un terremoto del que se cumplirá este miércoles un año.

Un año después, la frase siempre es la misma: 300.000 muertos y un millón de personas durmiendo bajo un trozo de plástico de menos de 20 metros cuadrados en la que ni siquiera es posible estar de pie. Aquí amanecemos Joel Joseph; su mujer, Magali Jean; su hija, Estherland; su tía Sintilia Telisnor, y este redactor.

A las seis de la mañana el campamento es un hervidero de gente sin oficio ni ingresos deambulando. Unos se enjabonan desnudos a la vista de todos, otros cocinan, otros adecentan la mugre, otros rezan, otros rebuscan entre los restos y los más afortunados terminan de dar forma a las trenzas de los más pequeños antes de salir hacia el colegio.

A esa hora llega la primera comida del día. Sentados en la cama repartimos lo que hay: un vaso de agua y tres rodajas de plátano frito. Ahí empieza y acaba el desayuno. Se habla poco y se come menos. Una hora después el calor es tan insoportable que nadie en el campamento siguen dentro.

En la carpa que nos cubre pone Unicef, pero a Joel le costó 200 gourdas (4€) que pagó al cacique local para que se la consiguiera. Según dijo en abril la ONU, 9 de cada 10 haitianos han recibido ayuda de emergencia. O la mala suerte se ceba con esta familia o estamos ante el único que no ha recibido nada de la cooperación internacional.

Joel está aquí desde hace un año

Cuando todo se vino abajo frente a sus ojos. Él y su familia se libraron por muy poco, pero no así decenas de vecinos atrapados en un edificio de tres alturas en el que ahora suelos y techos se tocaban. Ese mismo día, tomó una sábana, se echó a la calle y empezó a dormir en la acera junto a su familia.

De la farola cercana salen unos cables donde decenas de personas logran cargar el móvil. Es el que le sirve por si alguna ONG quiere llamarle para darle un empleo. Hemos recorrido varias oficinas para dejar un curriculum, escrito a mano, donde sólo aparece su nombre, teléfonos y profesión: albañil. Es paradójico no encontrar trabajo en un país en reconstrucción.

Hoy tocaba salir a buscar empleo sin éxito. Muchos otros días no tiene fuerza ni para levantarse. "Entonces prefiero quedarme en la cama porque estoy débil y tampoco quiero robar a nadie. Yo no tengo esa forma de ser, pero cuando llevo varios días sin comer se me pasa cualquier barbaridad por la cabeza" explica.

A las seis de la tarde ya es de noche y volvemos a la cama. Tengo hambre. Un hambre voraz. No logro olvidarme de que lo único que he comido en todo el día son tres trozos de plátano, varios vasos de agua y un popurrí de zanahorias y repollo. Una experiencia de apenas 24 horas en un país que lleva un año viviendo así.

Comentarios