Médicos y enfermeras desmienten que Correa estuvo secuestrado

Los policías y médicos que estaban en el hospital dijeron que el Presidente no estuvo secuestrado, pero fuera del centro la situación era peligrosa.

El área de Emergencias del Hospital de la Policía aún no se habían reportado novedades. Los médicos y enfermeras estaban pendientes de lo que ocurría con el presidente Rafael Correa, quien minutos antes había llegado al Regimiento Quito para dirigirse a un grupo de policías sublevados.

Micrófono en mano, el Mandatario explicaba a los uniformados que el Gobierno apoyaba a la Policía y que no iba retirarle los beneficios; una muestra de ese respaldo era su mejora salarial.

“Eso hizo Lucio, eso hizo Lucio”, se escuchó entre la multitud. El Presidente mantuvo silenció y enseguida mencionó muy molesto que eso indicaba que el ex presidente Gutiérrez estaba detrás de esa insubordinación y que si querían matarlo podían hacerlo.

En lugar de persuadir a los insubordinados, el discurso del Presidente caldeó los ánimos y desató los violentos incidentes que obligaron a que el personal de seguridad lo trasladara al hospital de la Policía, ubicado a unos 300 metros de distancia.
El alboroto en el patio y en la entrada principal alertó a médicos y enfermeras de Emergencias. Eran las 10:30 y el presidente Correa llegaba con el rostro desencajado, a punto de desfallecer.

Por la inhalación del abundante gas lacrimógeno, presentaba síntomas de asfixia, insuficiencia respiratoria, eritema facial.

Enseguida y durante alrededor de 45 minutos recibió los primeros auxilios. El grupo médico encabezado por Fernando Erazo, jefe de Control, le administró al Presidente oxígeno por bigotera (mascarilla), ventilación e hidratación mediante suero oral.

Una enfermera, que prefirió proteger su identidad por temor a represalias, recordó que el Mandatario casi no articulaba palabras. Luego le colocaron hielo en la rodilla derecha que estaba inflamada y accedió a que lo internaran. Los médicos recomendaron que eso era necesario para estabilizarlo y controlar la reciente cirugía de su rodilla derecha.

Entonces personal médico y de seguridad lo subió en camilla hasta el área de Hospitalización, en el tercer piso. Primero lo alojaron en la habitación 325, destinada para atender a los generales.

Ese sector quedó restringido, incluso para el personal médico. En ese momento, en las otras salas del piso estaban internados unos 30 pacientes con diferentes dolencias y un total de 72 en toda la casa asistencial.

A través del personal de seguridad y sus asistentes se le sirvieron alimentos y bebidas al Presidente.

Desde la ventana de la habitación, pudo apreciar cómo, desde las 13:00, algunos uniformados empezaron a agredir con insultos, golpes y puntapiés a varios simpatizantes que llegaban para apoyarlo. En reiteradas ocasiones, los uniformados más agresivos rociaron gas a otras personas. Una de ellas fue la asambleísta de País, Irina Cabezas, quien intentaba entrar al hospital.

Con el paso de las horas la tensión fue aumentando, sobre todo en la avenida Mariana de Jesús a donde seguían llegando decenas de militantes de Alianza País. Luego los policías empezaron a disparar bombas lacrimógenas para dispersarlos e impedir su avance.

Para precautelar su integridad, Rafael Correa fue trasladado a la habitación 302.

Hasta el hospital también llegó el médico Pablo Ramos, especialista que le operó su rodilla. Había arribado para comprobar si no sufrió lesiones luego de la forzada caminata, los empujones y golpes que recibiera en el Regimiento. El médico estudió la posibilidad de extraerle los puntos de sutura de la operación, pero no lo hizo.

El Presidente no aceptó ser atendido por ninguno de los cinco médicos de traumatología del hospital policial. Tampoco se le dio medicamentos. Solo tomó antiinflamatorios, que guardaban sus asistentes médicos.

Hasta su habitación también llegaron, entre empujones y agresiones de algunos uniformados al ingreso del centro, el canciller Ricardo Patiño y el asambleísta César Rodríguez. Eran las 15:45.

Adicionalmente, a su habitación llegaron en tres ocasiones comisiones de policías, encabezadas por el entonces inspector Euclides Mantilla, junto con delegados de la tropa. Los uniformados le pedían que se comprometiera a retirar la ley del servicio público, sobre todo a no quitarles sus beneficios por condecoraciones y a que se revisará la homologación salarial, pues ellos no recibían el pago de horas extras aunque laboran en turnos extenuantes, durante los fines de semana y feriados.

Pese a que el Presidente se negaba a aceptar las peticiones de la tropa, el general Mantilla salió en varias ocasiones a las afueras del hospital para calmar a sus subalternos. “No nos dejemos manipular por algunos politiqueros, estamos buscando una salida dialogada”, exclamaba Mantilla, en medio de gritos de los policías que pedían la salida de la cúpula. “Chapitas, yo también soy un chapita, ustedes me conocen... Quieren dañarnos, dejémosle salir al presidente”.

Luego de escuchar al Inspector, una policía le gritaba que era un mentiroso y que los generales los habían defraudado.

Después, este Diario conversó con seis miembros de la tropa, hombres y mujeres amotinados, quienes coincidían en que la cúpula policial y, en especial, el entonces comandante Fredy Martínez, no tenía liderazgo y nunca supo defender sus derechos.

“Por qué el gobierno no revisa los salarios de los oficiales superiores. Yo debo viajar cada dos semanas a Loja, 14 horas por tierra, para ver a mi familia. El sistema de pases es terrible”, contó una policía, quien estudia a distancia a escondidas de sus jefes, que “no nos permiten superarnos, porque nos menosprecian”.

Otro oficial confirmó el distanciamiento entre la cúpula, los mandos medios y la tropa. Incluso comentó que el general Martínez había sido informado por Inteligencia sobre el gran malestar en la tropa. Por eso, agregó, no era recomendable la visita del Presidente al Regimiento Quito, donde se había iniciado la protesta que luego se regó por todo el país.

Las autoridades conocían que había una estrategia de desinformación y un intento por sacar del cargo al ministro del Interior Gustavo Jalkh, quien luego de estar retenido en el GOE llegó hasta la habitación del Mandatario.

Pese a los intentos fallidos de los generales con el Presidente, pasadas las 18:00, unos 300 uniformados formaron un pasaje humano a las puertas del hospital y empezaron a gritarle al Presidente que se fuera. Luego entonaron el himno de la Policía. Al ingreso de Emergencias también se formó un cordón esperando la salida de Correa, para lo cual inicialmente llegó una ambulancia y después un Nissan plomo.

“Queremos que se vaya para que no se siga diciendo en la cadena de la televisión que está secuestrado”, comentaban algunos de los policías. Los médicos y enfermeras también coincidían en que el Mandatario no estaba retenido. Sin embargo, el personal de la seguridad y el Presidente se negaban a abandonar la clínica porque temían un atentado.

En medio de esa incertidumbre, desde la tarde ya se conocía que estaba en marcha un operativo militar de rescate, que se concretó pasadas las 21:00, con el violento asalto de los militares del GEO, precedido por la llegada de miembros del GOE y el GIR.

Fusil en mano, militares y policías recorrieron los pisos del centro desatando el pánico entre pacientes, médicos, enfermeras y periodistas que se tiraron al piso para protegerse. El ruido endemoniado del tiroteo se confundía con las descargas de bombas lacrimógenas. El olor a pólvora se colaba por todas partes; era el preludio de una noche mortal.

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