Juan Antonio Samaranch, el ‘padre’ del olimpismo moderno, muere a los 89 años en Barcelona




El presidente de honor del Comité Olímpico Internacional (COI), Juan Antonio Samaranch, ha fallecido hoy en Barcelona a los 89 años de edad, según ha confirmado a Efe el doctor Rafael Esteban Mur, director del servicio de medicina interna del Hospital Quirón.


El fallecimiento se ha producido sobre las 13.25 horas a causa de una parada cardiorrespiratoria, minutos después de hacerse público un parte médico en el que se señalaba que se encontraba en estado de “shock irreversible” y que su estado era “crítico”.

Samaranch ha fallecido en la unidad de cuidados intensivos del Hospital Quirón de Barcelona, en la que ingresó el pasado domingo día 18 por una insuficiencia coronaria aguda, y en el momento del fatal desenlace se encontraba rodeado de sus seres queridos.



Quien fue Samaranch


El ex presidente del COI Juan Antonio Samaranch, fallecido hoy en Barcelona a los 89 años, sigue de cerca a Pierre de Coubertin en la clasificación de personajes más influyentes de la historia moderna del olimpismo, éste por inventárselo y aquél por reformarlo con tal profundidad que al propio barón francés le hubiera costado reconocerlo.

La eliminación de la separación entre deporte amateur y profesional, la fructífera gestión de los derechos de televisión, la equiparación de hombres y mujeres en los Juegos y en el COI y, sobre todo, el punto final a los boicoteos políticos dieron la vuelta como un calcetín al COI que Samaranch heredó en Moscú en 1980 y convirtieron los Juegos Olímpicos en el acontecimiento de masas más importante del planeta.

Durante veintiún años dirigió el organismo con mano firme y con un carácter aparentemente frío y distante que, sin embargo, no le impidió cuidar las relaciones personales al detalle. Cuando convocaba una asamblea, siempre sabía que sacaría adelante sus propuestas: ni siquiera quienes, dentro del COI, le miraron siempre con recelo por sus relaciones con el franquismo se atrevieron a dirigirle en público sus críticas, porque él contaba con todos y llevó al extremo la máxima de que el mejor modo de combatir a un enemigo era unirlo a tus filas.

Ordenaba a sus colaboradores mandar cientos de cartas de agradecimiento cada semana, firmadas por su puño y letra; su obsesión por tener contento a todo el mundo le llevó a repartir a diestro y siniestro la Orden Olímpica, máxima condecoración del COI: la recibió incluso el maitre del hotel de Lausana que atendía habitualmente a los miembros del organismo.


Se propuso, y lo cumplió, visitar todos y cada uno de los países asociados al COI, ideó el programa de Solidaridad Olímpica para ayudar a los deportistas de los países pobres y sufragó los viajes de periodistas del Tercer Mundo a Juegos y reuniones. Por ello, África, Sudamérica y Extremo Oriente le depararon siempre honores de jefe de Estado.

Viajaba habitualmente en el avión que ponía a su disposición el mexicano Mario Vázquez Raña, presidente de la Asociación de Comités Olímpicos Nacionales, y siempre acompañado por Annie Inchauspe, más que una secretaria su sombra hasta el final de sus días.

En los ratos libres entre una y otra escala le gustaba jugar una partida de dominó. Y en cuanto aterrizaba, sintonizaba Radio Exterior o llamaba a la central de EFE en Madrid para preguntar por los resultados de la jornada de liga o por el papel de cualquier español que estuviera compitiendo por el mundo.

Defendió la colaboración con las autoridades políticas en todo momento y circunstancia, se tratara de Leonidas Breznev, Nicolae Ceaucescu o Fidel Castro. Recuperó para la causa olímpica a países como Sudáfrica o Corea del Norte y se sacó de la manga fórmulas como la de “participante bajo bandera olímpica” para aquellos atletas cuyos países estaban vetados por la comunidad internacional, caso de Yugoslavia en 1992.


Su influencia fue decisiva para llevar a España por primera y única vez los Juegos Olímpicos. Barcelona’92 cambió para siempre el deporte español y la imagen de España en el mundo. Samaranch confesó tiempo después que si los miembros del COI no le hubieran dado la alegría de conceder los Juegos a su ciudad, él habría dimitido.
Quiso prolongar su mandato más allá de lo que autorizaban las normas olímpicas y no tuvo empacho alguno en cambiarlas. Recibió por ello un castigo insospechado: tuvo que hacer frente en los años 1999-2000 al mayor escándalo de corrupción de la historia del olimpismo, cuando se descubrió que las ciudades candidatas a organizar los Juegos sobornaban a los votantes con dinero, regalos y puestos de trabajo para sus familiares.


Samaranch quedó tocado por el golpe pero, una vez recuperado el equilibrio, volvió a asumir el mando con determinación: expulsó a los corruptos, prohibió los viajes a las ciudades candidatas y sometió su presidencia a un voto de confianza que superó sin dificultad.
Esa misma capacidad de reacción ya le había llevado a crear y financiar la Agencia Mundial Antidopaje cuando arreciaron las trampas y la imagen del deporte quedó seriamente empañada.


Los de Sydney 2000 fueron sus últimos Juegos como presidente del COI. Sus colegas cumplieron todos sus últimos deseos un año después, en su despedida en Moscú: eligieron para sucederle a su candidato favorito, el belga Jacques Rogge, votaron a Pekín para organizar los Juegos de 2008… y admitieron a su hijo, Samaranch júnior, miembro vitalicio de COI.

Desde que abandonó la presidencia asumió un segundo plano aparente que no conseguía ocultar su influencia real: fuera de España se considera que el buen papel de las candidaturas de Madrid a organizar los Juegos Olímpicos tuvo mucho que ver con la fidelidad a Samaranch de algunos votantes del COI. La llegada de su hija María Teresa a la presidencia de la Federación Española de Deportes de Hielo y la precandidatura de Barcelona a organizar los Juegos de Invierno de 2022 no son ajenas a su ascendencia.


Su muerte dejará huérfanos de consejo a dirigentes deportivos de todo el mundo, pero sobre todo españoles, que no movían un dedo sin consultarlo primero con Samaranch. (REUTERS)

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