CRISIS ¿FINANCIERA?

Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo

En un mundo de aparente bonanza, de danza de capitales que nerviosamente hacen subir las bolsas, se produce un estrepitoso quiebre: la economía mundial se tambalea. Los grandes de este mundo se reúnen para paliar la situación inyectándole cifras inmensas que no aparecían ni para pagar el diezmo a que se habían comprometido para paliar la pobreza del orbe.

Todo parece indicar que la crisis financiera no es sino la punta del iceberg, lo que aflora, de una crisis mucho más profunda, más humana y que toca, por tanto, la fibra ética del comportamiento humano. La economía se mueve al ritmo del nerviosismo de la demanda. Se gasta más de lo que se tiene, se vive al día porque el mañana es incierto, se endeuda más de lo que cada quien, persona, institución o estado, es capaz de soportar. En fin, se vive, se pretende vivir, en un mundo irreal al que sólo tienen acceso los más listos.

Desde nuestra realidad subdesarrollada, fustigamos a las potencias que consumen descaradamente toda la energía posible, produciendo cambios sustanciales desde el clima hasta la convivencia de las personas. No nos queremos dar cuenta que también somos parte del daño. Mientras los precios del petróleo subían, derrochábamos con la misma inconsistencia de un adolescente. Ahora, cuando bajan los precios a niveles ínfimos, afirmamos que la crisis no nos afecta porque estamos blindados.

En un mundo globalizado no caben las excusas de escurrir el bulto para encontrar culpables o responsables en otros lados. La irresponsabilidad, la falta de rostros concretos a quienes achacar la crisis, nos hace amorales. Como si el hambre de las antípodas no nos quita el sueño, ni nuestro bienestar real o fingido es irrenunciable.

Los términos de la justicia y la equidad, la moderación y el ahorro, no sólo de los bienes materiales sino también de los intangibles sin los cuales no puede haber paz en el mundo, es tarea que toca a la fibra de lo único que hace al hombre feliz: los valores o las virtudes ciudadanas a las que todo hijo de vecino, creyente o no, capitalista o revolucionario, conservador, liberal o extremista, no puede eludir.

La solidaridad es el nuevo nombre de la paz. La riqueza no compartida es injusta. Las políticas de la dominación y del derroche claman al cielo. La opción por una economía alternativa según calificados expertos está en estrecha relación con las categorías éticas de frugalidad, austeridad, sencillez de vida, moderación. Son parte de la racionalidad económica actual.
La sostenibilidad constituye también una opción espiritual. En clave epicúrea y no estoica, realiza la vertiente teologal de la pobreza evangélica en la racionalidad económica de hoy y en la cultura solidaria y ecológica del momento presente. Hay algo más que buscar dinero para tapar el hueco de la crisis. Hay que buscar valores que nos ayuden a ser más humanos y fraternos.

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